Todos alguna vez hemos visitado una exposición fotográfica y en mayor o menor medida todas se parecen: imágenes consecutivas sobre una pared, perfectamente alineadas y enmarcadas. El concepto es tan simple y universal que cuesta imaginar otra forma de plantearlo. Sin embargo, el contenido de las imágenes ha variado y adaptado a cada época, generalmente motivado por movimientos artísticos y situaciones sociopolíticas. Mientras que hasta la Primera Guerra Mundial la fotografía cumplía una labor decorativa, puramente estética, tras la Segunda cobra un interés global por las imágenes documentales o periodísticas centradas en los problemas de la sociedad. La fotografía toma el cariz de “lengua universal” y se preocupa por dar testimonio de la dignidad humana. Nace así la “fotografía humanista” de la mano de celebérrimos fotógrafos: Cartier-Bresson, Bill Brandt, Dorothea Lange, Robert Doisneau o Robert Cappa entre otros muchos que saltan a la calle armados con cámaras ligeras a capturar la realidad. A partir de ese momento la fotografía se afianza como documento social, disciplina que en su forma apenas evoluciona hasta nuestros días.
El punto culminante de ese mensaje humanista lo constituyó la exposición itinerante “The Family of Man” (La familia del hombre), inaugurada en 1955 en el MoMA de Nueva York. El promotor de la misma fue el fotógrafo Edward Steichen, que en ese momento ocupaba el puesto de Jefe del Departamento de Fotografía. Junto con su ayudante Wayne Miller visionaron durante tres años más de dos millones de fotografías procedentes de setenta países tomadas por fotógrafos famosos y desconocidos. De ahí seleccionaron 500 fotografías en blanco y negro para ser colgadas, ordenadas por temas, en el museo de Nueva York. Para su montaje contaron con el diseño de Paul Rudolph quien confeccionó una disposición tridimensional de las fotografías (sin enmarcar) y con formatos que variaban desde los pocos centímetros a los murales.
La exposición resultó ser un éxito de manera que el gobierno de Estados Unidos decidió comprarla y enviarla por sesenta y nueve países entre 1955 y 1964 donde fue vista por más de nueve millones de personas, siendo así la exposición más vista de la historia. La exposición no pisó suelo español debido a la falta de comunicación con el gobierno estadounidense. A pesar de eso, los ecos del éxito resonaron en nuestro país donde los fotógrafos más jóvenes “se iluminaron” ante aquel innovador empleo de la fotografía.
Finalmente, en 1964, Steichen solicita al gobierno regalar la exposición a Luxemburgo, su país de procedencia y donde aún no había llegado la muestra. Así fue, y allí se exhibe de forma permanente hasta nuestros días. El catálogo se sigue editando y se han vendido ya más de tres millones de copias.
El año pasado el Museo de Arte Reina Sofía programó una magna exposición sobre la obra de Steichen que llevaba el título de “Una epopeya fotográfica”. En ella se recorría la trayectoria del fotógrafo, desde sus inicios pictorialistas, pasando por sus trabajos en revistas de moda hasta llegar a su tarea a cargo del MoMA. Para ilustrar esta última etapa se reconstruyó parte de The Family of Man y se proyectó un audiovisual en tres dimensiones recreando el montaje original.
Según las propias palabras de Steichen, su propósito era “acercarse a la vida cotidiana de la gente en común, a sus preocupaciones, a las cuestiones básicas del ser humano como el amor, la muerte, la infancia, el trabajo, la diversión, la familia, la educación… mostrando la igualdad entre personas de lugares muy alejados en el espacio, de culturas muy diferentes, de religiones, razas y edades también distintas”. La realización la llevó a cabo, seguía, “con un espíritu apasionado de amor y fe en el hombre”.
El mensaje que pretendía transmitir Steichen fue criticado por su exceso de optimismo, el cual fue calificado por Roland Barthes de simplista y anticuado, totalmente inútiles en el mundo en que vivimos según el ensayista. En cualquier caso la exposición suposo una revolución que pronto sería imitada. El contenido de la misma es la propia vida que nos habla directos al corazón. Personalmente creo que harían falta más propuestas de este tipo y dejarnos de tanta mediocridad disfrazada en obras cargadas de retórica y carentes de sensibilidad y belleza que tanto abundan en el arte de nuestros días.