miércoles, 29 de abril de 2009

El fotógrafo accidental


INTRODUCCIÓN
Me veo en la obligación, antes de abordar el tema escogido para hoy, de realizar unos pequeños apuntes históricos que ayuden a centrarse al lector.


Pocos años después de la presentación oficial de Daguerre ya existen otros procedimientos que plantan cara al daguerrotipo. Es el caso del calotipo, patentado por Henry Fox Talbot en 1841 y que empezó a tener adeptos gracias a algunas de las mejoras que presentaba: La imagen era multiplicable (frente a la copia única que proporcionaba el daguerrotipo); el soporte era el papel, mucho más económico que la placa metálica bañada en plata de su antecesor. Además este soporte propició la aparición de las primeras ediciones fotográficas impresas; el tiempo de exposición era menor, facilitando en especial los posados, que podían prescindir de los macabros artilugios que mantenían inmóviles a los modelos en los estudios de daguerrotipia. Sin embargo, el calotipo no conseguía la nitidez ni el tono metálico tan apreciado hasta entonces. Dicha imperfección era producida principalmente por la textura del papel. Además la imagen se teñía de un color marrón que la hacía especialmente bella. Por ello Talbot decidió bautizar a su invento como calotipia (del griego kalos, belleza) y no talbotipia como le sugerían sus más allegados. Junto a Nièpce y Daguerre, Talbot es considerado uno de los padres de la fotografía y para él reservaré una larga entrada cuando llegue el momento. Hoy me bastará con reseñar su desastrosa tarea de protección que llevó a cabo de su invento. La patente apenas fue respetada en Inglaterra y fuera de sus fronteras ni siquiera tenía vigencia. Es el caso de Escocia, lugar donde situamos al personaje de hoy.

DAVID OCTAVIUS HILL
Hill era un pintor y litógrafo nacido en Escocia en 1802. Se dedicó principalmente al retrato y quizá lo más destacable de su obra pictórica es que no ha trascendido en absoluto. Su vida profesional se resume en pocas líneas:

Gracias a su puesto de secretario de la Academia Escocesa de Pintura, recibió en 1843 el encargo de pintar un mural que conmemorara la firma del Acta de fundación de la Iglesia libre de Escocia, que se acababa de independizar de la de Inglaterra. Hill debía retratar a cerca de quinientas personas que habían participado en la escisión y ante la imposibilidad de hacerlo solo recurrió a un joven fotógrafo, Robert Adamson, alumno de Henry Fox Talbot, quien le había enseñado la técnica del calotipo. Por aquellos años no eran pocos los pintores que recurrían a la fotografía como cuaderno de esbozos. Pues bien, en este caso la tarea de Robert era la de retratar, bajo la dirección artística de Hill, a los modelos que posteriormente pintaría este. Pronto su trabajo se extendería a la fotografía de paisaje y retratos costumbristas de la sociedad escocesa de la época. Los retratos de Hill y Adamson son de una abrumadora calidad técnica y una belleza digna de los mejores pintores renacentistas. Es precisamente el valor de estos trabajos lo que le otorgó a Hill, sin pretenderlo, un hueco en la historia del arte y no sus cuadros. La prematura muerte de Adamson tan solo cinco años después del inicio de sus colaboraciones llevaría a Hill a cerrar el estudio y volver a dedicarse a la pintura, terminando en 1866 el fresco inspirado en sus calotipos. El cuadro en cuestión ha desaparecido y paradójicamente tan solo se conserva una reproducción fotográfica del mismo.

Hill no puede calificarse (como lo hacen algunas historias de la fotografía) como el primer fotógrafo retratista. Sin embargo, sus retratos gozan de algo de lo que no pueden presumir sus antecesores daguerrotipistas: la naturalidad de sus modelos. Quizá sea un detalle que se nos pase desapercibido, pero si analizamos estos retratos encontraremos su importancia como punto de inflexión en la historia de la fotografía:

En los primeros años de la fotografía, el desconocimiento de la técnica hacía comportarse a los retratados de formas diversas pero la mayoría de ellos reaccionaban con poses estáticas y gestos hieráticos. ¿Por qué entonces los modelos de Hill y Adamson se muestras tan frescos y despreocupados ante la cámara?

En primer lugar por las condiciones técnicas que diferenciaban el calotipo del daguerrotipo. Por ejemplo, el menor tiempo de exposición del que requerían así como la decisión de fotografiar en el exterior, alejados de la artificiosidad del estudio permitían una mayor relajación del modelo. Con frecuencia encontramos a sus modelos reposados en alguna columna, sentados e incluso tumbados en el suelo, una actitud inédita hasta entonces.

En segundo lugar, el estatus social de los modelos. Si bien los daguerrotipos estaban destinados exclusivamente a la clase alta (una pieza venía a costar en 1840 unos cinco dólares, el sueldo mensual de cualquier obrero), Hill y Adamson comenzaron a fotografiar a individuos de todas las clases sociales. Podemos imaginar el privilegio que podían sentir las clases más humildes al ser “observados” por ese artilugio mágico al que miraban con una inocencia muy alejada del orgullo con el que posaba la clase burguesa, engalanada con sus mejores joyas y vestimentas.

Con Hill y Adamson la fotografía comienza a popularizarse y se rompen los mitos y miedos en torno a la cámara oscura (algunos auguraban que un artilugio que producía una imagen tan nítida y veraz como la propia naturaleza tenía la capacidad de robar el alma).

En la actualidad la naturalidad en el retrato sigue siendo un reto del que no todo fotógrafo puede presumir de salir airoso. El secreto o la técnica no aparece en ningún libro y es difícil precisar si un buen retrato en ocasiones es mérito del fotógrafo o del modelo, si para captar la esencia de este hay que conocer bien a la persona antes de la sesión o dejar esa tarea de reconocimiento al momento de la toma. Ni siquiera los grandes maestros se han puesto de acuerdo en esta cuestión así que no creo que me corresponda a mí abrir de nuevo la polémica.