miércoles, 1 de julio de 2009

El Velatorio de Juan Larra, 1951

La mala racha de fallecimientos de personajes ilustres del mundo de la cultura (Antonio Vega, Mario Benedetti, Michael Jackson o Pina Bausch) me ha empujado a escribir sobre el nunca bien recibido tema de la muerte. Ayer mismo hablaba con mi amigo Jim McGarcía sobre qué sentido tiene la vida si no somos capaces de dejar herencia alguna que sea de utilidad para las generaciones futuras, por insignificante que nos parezca. Los nombres que arriba cito son buen ejemplo de ello. Su arte en cualquiera de las disciplinas que ejercitaron será inmortal y su trascendencia bien merece una vida.

La muerte ha estado presente en la fotografía desde sus comienzos cuando en el siglo XIX toma el relevo a la pintura de género post-mortem, originaria al parecer del siglo XVI. La práctica se populariza hasta el punto de encontrar anuncios de fotógrafos en los periódicos ofreciéndose para fotografiar a los difuntos por módicos precios. En un principio realizaban estos trabajos en sus estudios pero por razones higiénicas se decide posteriormente tomar las fotografías en la propia casa del difunto. Este género, que encontró la mayoría de sus modelos entre la población infantil, desapareció al mismo ritmo que nacía la Revolución Industrial en Europa, cuando la muerte se fue apartando de la vida cotidiana para convertirse en algo “excepcional”. Sin embargo la fotografía de “angelitos” como se la conocía en Europa se prorrogó en America Latina durante varios lustros más. Por la concepción actual que se tiene de la muerte en todo Sudamérica (en especial en los países menos desarrollados) podemos hacernos una idea de por qué no se concebía esta práctica como algo morboso sino más bien como un momento de la vida al que había que rendir tributo y admiración.

No por ello la muerte ha desaparecido de entre las imágenes que consumimos a diario. Alimentado por el morbo y camuflado bajo el derecho a la información, la fotografía periodística en especial se esfuerza por acercarnos los momentos más espeluznantes del ser humano hasta el punto en el que la insensibilidad ante tales imágenes está completamente asumida. Es un tema mil veces debatido y ante el cual me veo incapaz de arrojar ninguna idea nueva.

En la historia de la fotografía encontramos varios ejemplos de autores que lograron mostrar la muerte con aire poético, unos dedicados casi en exclusiva a estos sucesos como el polaco emigrado a Estados Unidos Wegee, capaz de llegar al lugar de los hechos antes que la policía o las escalofriantes imágenes de Enrique Metinides en Ciudad de Mexico. También cualquiera de los fotógrafos de guerra con Robert Capa a la cabeza o aquellos que sin esperarlo toparon su objetivo con la muerte. Es el caso de Eugene Smith, fotógrafo ensayista que en 1951 publicó la fotografía, en mi opinión, más impactante de un cadáver que haya visto, “The Wake (El Velatorio)”.


Dicha imagen no es especialmente desagradable ni perversa pero su crudeza se hace patente en el escuálido rostro del difunto, Juan Larra. Eugene Smith fotografió esta escena en España, concretamente en el pueblo de Deleitosa, en Extremadura, dentro del ensayo que estaba realizando para la revista “Life” sobre la España franquista de los años cincuenta y que llevaría por título “Spanish Village”. La historia cuenta que cuando Smith llegó a este lugar se mostró especialmente compasivo y respetuoso con la familia. Seguro de que detrás de la puerta se escondía una imagen que haría historia, cuando apareció el hijo del difunto le preguntó si sería un gesto muy irrespetuoso que entrase a tomar una fotografía. Éste le respondió que sería un honor.

Otra anécdota curiosa, cuya veracidad desconozco es la siguiente: Cuando Smith publicó el reportaje en la revista Life (de cuyo número se vendieron veinte millones de ejemplares en todo el mundo) un hombre estadounidense se enamoró de la muchacha que aparece en el centro de la imagen, Josefa Larra, a quien escribió con la oferta de casarse y convertirla en una actriz de cine. Pero la muchacha, que tenía novio, lo rechazó. La presión que supuso para Josefa dicho incidente provocó que su novio la abandonase, dejándola soltera el resto de su vida.

El atractivo de esta fotografía reside en su humanidad, patente en el respeto que el fotógrafo muestra por los presentes, quienes no parecen siquiera percatarse de su presencia. La composición, totalmente casual, recuerda a la pintura barroca, donde los rostros destacan especialmente luminosos en contraste con la profunda negritud de las vestimentas. Gracias a estos personajes y los que completan el reportaje (excepcionales por ejemplo las fotografías de los guardias civiles o las hilanderas), Smith logra transmitir la historia que quería contar con “Spanish Village”, evidenciando su postura ante el régimen y dándola a conocer a todo el mundo a través de emocionantes imágenes.

“The Wake” está considerada como una de las cien mejores fotografía de la historia.