Entre los días 1 y 4 de octubre ha tenido lugar la XI edición de Entrefotos, una convocatoria anual organizada por la asociación fotográfica del mismo nombre. Consolidada como uno de los mercados de referencia de arte fotográfico en Madrid, la feria-muestra reunió a un total de cuarenta nombres entre artistas invitados y seleccionados. Durante la sesión inaugural se entregó el premio a Julio Álvarez Sotos, director de la galería Spectrum Sotos por su contribución a la fotografía española.
La variedad de nombres hasta ese momento desconocidos me empujó a visitar la muestra con la ilusión de disfrutar de una selección de lo más fresco del panorama fotográfico español. Sin embargo, al abandonar el Museo de Arte Contemporáneo donde se celebraba la feria tuve la sensación de que lo que había visto me había sabido a poco. No solo fue el segmento de autores que inexplicablemente convenció al jurado para ser expuesto sino la carencia general de ideas novedosas. La prevalencia técnica sobre la monotonía temática fue una de las constantes. La puesta en escena de ideas propias de una academia infantil, otra. He de decir que cualquier obra que necesite un manual de instrucciones para ser comprendida o sencillamente disfrutada queda totalmente apartada de mi interés. Aún con todo, unos pocos autores merecen ser mencionados por méritos propios.
En primer lugar, la propuesta de Jorge Miguel Blázquez, una serie de sugerentes retratos con aire publicitario orientado por el surrealismo y la calidad técnica. También guiado por los espacios surrealistas, las series “Hotel Troya” y “Osteobotánica” de Emilio López-Galiacho, posiblemente la propuesta más sólida de toda la muestra.
No en la totalidad de su obra pero sí parcialmente, la fotógrafa colombiana Alejandra Duarte me sorprendió con una serie de retratos y autorretratos cuya personal visión hace preguntar al espectador por la mirada de sus protagonistas.
El género documental quedó defendido con creces gracias a los trabajos de Ángel Gutiérrez y Rubén Morales. El primero, una representación colorista de buena parte del continente asiático. El segundo nos presenta la Cuba recóndita teñida de un exquisito blanco y negro, una clara muestra de que recurrir al lenguaje clásico sigue aportando a cada imagen una emocionante lectura.
Desde un punto de vista meramente estético caben destacar las fotografías de Borja Delgado y Mati Irizarri, temáticas paisajísticas con cierto aire pictorialista, la serie “Sides Playas” de Axelle Fossier y las visiones imposibles de Alberto Zarzosa, que presentaba una creativa interpretación de la archiconocida técnica panorámica, obteniendo imágenes imposibles de alcanzar para el ojo humano.
Mención especial merece la obra de José Manuel Magano, fotógrafo cuya obra se desarrolla íntegramente con técnicas del pictorialismo fotográfico tales como la goma bicromatada o la calitipia. El valor de este trabajo reside principalmente en la capacidad de su autor para retomar dichas técnicas, olvidadas injustamente por escuelas y profesionales. Cada pieza es única e irrepetible, como si de el lienzo de un pintor se tratase. Magano recurre a los temas clásicos del paisaje y el retrato femenino para recrear la estética original de finales del s. XIX y principios del XX, imágenes bañadas por una nebulosa preciosista propia de su procesado artesanal. Una auténtica delicia.
Desconozco cuántos porfolios tuvo que visionar el jurado. Ahora bien, quisiera creer que la discutible calidad general de los trabajos escogidos se debe a la escasa participación. Si los tres nombres encargados de la selección de obras consideran que el arte fotográfico actual queda reflejado en esta muestra, entonces sólo puede significar una cosa: el futuro de la fotografía lo encontraremos colgado en las paredes de IKEA.